EL CHICO Y LA GARZA

Zuzendaria: Hayao Miyazaki
Gidoia: Hayao Miyazaki
Musika: Joe Hisaishi. Abestia nagusia: Kenshi Yonezu
Argazkilaritza: Animazioa , Atsushi Okui
Sinopsia
Mahito, 12 urteko mutikoa, bere ama hil ostean hiri berri batean bizitzeko borrokan ari da. Hala ere, mintzo den lertxun batek Mahitori bere ama bizirik dagoela jakinarazten dionean, abandonatutako dorre batean sartuko da bere bila, eta horrek beste mundu batera eramango du. Filmaren izenburua Yoshino Genzaburōk idatzitako ‘Kimitachi wa Dō Ikiru ka’ 1937ko eleberrian oinarrituta dago, baina filmak eleberriarekin zerikusirik ez duen istorio original bat du.
Sinopsis
Mahito, un joven de 12 años, lucha por asentarse en una nueva ciudad tras la muerte de su madre. Sin embargo, cuando una garza parlante informa a Mahito de que su madre sigue viva, entra en una torre abandonada en su busca, lo que le lleva a otro mundo. El título de la película se basa en la novela de 1937, ‘Kimitachi wa Dō Ikiru ka’ escrita por Yoshino Genzaburō pero la película presenta una historia original que no guarda relación con la novela.
Sariak
2024:94. Oscar sariak. Animaziozko film onena
2024:81. Urrezko Globoak. Animaziozko film onena
2024: Bafta Sariak. Animaziozko film onena
2024: 28. Satellite Sariak. Animaziozko film onena ( Prentsaren nazioarteko akademiaren sariak)
2023: New Yorkeko kritikarien zirkuluaren sariak. Animaziozko film onena
2023: 51. Annie Sariak:
- Gidoi grafikoari eta Pertsonaien animazio onena (Takeshi Honda) sariak.
- Nominazioak: film onena, zuzendari onena, gidoi onena, ekoizpen diseinu onena, musika onena.
2023: Bostoneko zinema kritikarien elkartea. Animaziozko film onena
2023: 47. Japoniako akademiaren sariak. Animaziosko film onena.
Para Hayao Miyazaki, el cine es como un lienzo de confesiones, un espacio abierto para construir y recordar. Pero lejos de hacerlo con palabras o mediante un diálogo en línea recta, él prefiere curvarse, fantasear, desplegando alegorías sobre una realidad que ya no puede ser firme ni estable. De repente, la imagen de sosiego de un estaño japonés, con una garza real posando elegante, se transforma en otra cosa. Las aguas empiezan a temblar. El cuerpo se enfurece, se agita y se inflama. Los ojos, el pico y hasta las encías dejan de ser parte ordinaria del entorno para reclamar su condición mutante. El reino de lo conocido se ve sometido a una pulsión tan fuerte, tan intensa, que acaba distorsionando todo cuanto la mirada había registrado hace un momento. Es entonces cuando el sueño se persona y se extiende hasta impregnarlo todo. Las ranas, los pelícanos y hasta los periquitos de colores pierden su naturaleza original y adquieren propiedades oníricas. Algunos se multiplican como una plaga bíblica. Otros, como la garza que posaba tranquila, se convierten en bufón alado, en una máscara que aprieta el rostro, en una realidad que cuestiona la realidad anterior. No tanto para tomar distancia, sino, bien al contrario, para acercarse a ella. No se trata, pues, de imaginar para olvidarnos de lo real, sino para comprenderlo mejor. No es tanto el hecho de huir como de repararse durante la huida. Por esto, El chico y la garza es una película tan necesaria. Lo es para Miyazaki, que, afortunadamente, ha vuelto de su retiro; y lo es para nosotros, espectadores y espectadoras, que hemos asistido a su deslumbrante trayectoria y ahora redescubrimos a un autor que vuelve a expresar sus inquietudes con el corazón.
Fuente: elantepenultimomohicano.com. Carlos M. Ajenjo
‘El chico y la garza’ recupera la vertiente más fantasiosa de Hayao Miyazaki para indagar en algunas de sus obsesiones: la II Guerra Mundial, la aceptación de la muerte, los cambios fortuitos, la fantasía y la rebeldía de una infancia que al director cada vez se le antoja más lejana. Y para ello da rienda suelta a algunos de los diseños más fabulosos que han salido de sus manos, tan icónicos, encantadores y peligrosos como cualquiera de los que estáis pensando: periquitos guerreros, garzas semi-humanas, bolitas blancas que flotan hacia una nueva vida… Cada plano es fascinante en sí mismo, y demuestra que a pesar de sus 82 años, el director japonés sigue en plena forma.
Es imposible no quedarse embobado viendo los distintos detalles que llenan de color cada escena, las gotas de agua cayendo con imposible plasticidad, la eterna comida del Studio Ghibli, cuyo sabor y textura traspasa la pantalla o los momentos de drama donde las caras se deforman, se queman y vuelven a recomponerse. Tras la decepción absoluta de ‘Earwig y la bruja’, que demostró que Goro Miyazaki no está (aún, quizá nunca) preparado para continuar la labor de su padre, esta película vuelve a devolver la confianza en que el legado de Ghibli permanecerá impoluto.
Todos hemos visto anime técnicamente encantador que en realidad no estaba contando nada, más centrado en la demostración técnica que en la historia. Pero Hayao Miyazaki sabe perfectamente lo que quiere contar, poniendo la animación al servicio de una de las historias más emocionantes y personales que ha creado hasta la fecha. Un guion sobre la culpa, la melancolía, la aceptación de la muerte y las ganas de vivir que culmina con la belleza de la realización personal. En su vejez, el jefe del Studio Ghibli ha decidido anteponer la esperanza a la tristeza con una madurez arrebatadora.
Un grito a la vida desesperado
‘El chico y la garza’ está al nivel de cualquier otra obra maestra del Studio Ghibli. Tiene los diseños entre lo feísta y lo cuqui de Miyazaki que ya vimos en ‘La princesa Mononoke’ o ‘El castillo ambulante de Howl’, el guion adulto, abstracto y abierto a la maravilla de ‘El viaje de Chihiro’ o ‘Porco Rosso’, y, sobre todo, las intenciones claras de dejar como legado una obra inmortal, un último regalo a sus seguidores con un grito vital desesperado. Una película que, en sí misma, contiene todas las anteriores del director, como un resumen de dos horas de todo lo que se puede hacer con un lápiz, muchísimas horas y una imaginación infinita.
La cinta de Miyazaki no parece contemporánea, y eso es un halago absoluto: lejos de dejarse llevar por modas y manerismos, ‘El chico y la garza’ no se deja influenciar por nada ni nadie, perfectamente consciente de que, incluso dentro del mundo del anime actual, es rara avis. No quiere dirigirse específicamente a adolescentes, a jóvenes o a adultos: es una obra para todo el mundo tan profundamente humanista y bella que todo el mundo puede descubrirse, de pronto, con los ojos encharcados, la emoción a flor de piel, la mirada pendiente de cada movimiento en la pantalla. Y todo ello sin necesidad de tirar de estrés fílmico.
No hay una sola escena en esta -llamémosla por su nombre- obra maestra que no resulte fascinante. Es imposible no emocionarse al contemplar la plasticidad, la devoción por el movimiento continuo, la belleza pensada plano a plano, la épica nacida de lo cotidiano, la fantasía que explota en tu cara sin pedir permiso ni perdón, como una celebración de todo lo bueno, lo bonito y lo trágico de la vida. ‘El chico y la garza’ podría haber sido una obra anquilosada en el recuerdo de un pasado que no volverá y la nostalgia más absurda, pero vuelve a los años de la Gran Guerra para contarlo todo sobre unas sensaciones que embadurnan inevitablemente nuestro presente.
Si crees que la fama del estudio japonés está exagerada, o sus películas nunca te han robado el sueño, ‘El chico y la garza’ pasará sin pena ni gloria por tu visionado. Si, por el contrario, encajas en la cosmogonía fantástica que propone el director, siempre dispuesto a utilizar la fantasía como manera para explicar sus obsesiones en el mundo cotidiano, capaz de crear un mundo propio en cada película y perfeccionar la narración de sentimientos complejos que otros tardarían trilogías enteras en empezar a arañar en la simple composición de un solo plano, ni lo dudes: Hayao Miyazaki, para ti, también lo habrá logrado una vez más.
Fuente: Espinof. Randy Meeks.
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